sábado, 24 de octubre de 2020

En roma, el suicidio de esclavos era frecuente pero estaba prohibido.

La inestabilidad adentro, tantas voces intentando persuadirme, las uñas clavadas en mis brazos, en mis piernas y no me dejan ir, no me dejan ir, no me dejan ir, no me dejan ir... Con la esperanza de que pueda servirles y yo en la lucha de convencerles de que no tengo nada más que dar. Voy perdiendo. Jalando mi cuerpo, jalando mi alma, nunca voy a lograr zafarme, no hay técnicas, nada que llevar a cabo, ¿Qué camino se toma cuando uno pierde la esperanza en la vida y también en la muerte?

Me tienen, me tienen y yo no tengo nada...

Dame silencio, un rato de silencio, una eternidad de silencio, de olvidar las palabras y las voces y los ruidos, de olvidar los argumentos, los textos y su gigantesco esfuerzo por retenerme, ¿Qué tan numerosas deben ser las razones para que aún persistan? ¿Qué tan fuertes los argumentos para aún pelear contra los suyos con todo en mi contra?