El sol comenzó a
asomarse entre las ramas de los altos arboles, que en pleno otoño irradiaban
una infinita tranquilidad, una suave brisa hacía que las ramas de los arboles
se mecieran lentamente y produjeran un sonido arrullador, la pequeña golondrina
abría sus ojos por primera vez, encontrándose con tan magnífico espectáculo que
la rodeaba. Totalmente sola, la pequeña a duras penas diferenciaba los colores,
el nido casi destruido ubicado en una pequeña y baja entrada en rocas de la
montaña había sido abandonado por sus padres que en extrañas circunstancias no
habían encontrado más remedio que migrar al sur, por el terrible frío que
azotaba el bosque, sin saber que de sus crías ella había sobrevivido.
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