La primera vez que nos encontramos, fue en aquel libro, en mi despiste, me tomó de la mano, se adentró en mi alma y estrujó todo lo que encontró.
Esa, un poco innombrable, un poco indecible, te mira a los ojos y nunca regresas, te enamora perdidamente y para siempre, y desde entonces has de buscarla en las tenebrosas tormentas nocturnas, en los conciertos de truenos, a media noche cuando las almas se tornan calladas, en la cima de la montaña y en los abismos más profundos, en los ojos de los amantes cuando la pasión ha invadido sus cuerpos.
Ella, imponente y fantástica, la miras a los ojos, y jamás dejarás de mirarla, te consumirá lentamente y luego avivará el fuego, robarás su alma y se amarán peligrosamente.
Y cuando todo se encuentre en silencio, sus tinieblas habrán invadido tu pecho, habrán destrozado las palabras, en suelo, aún convaleciente, aún agonizante, no podrás odiarle, no podrás dejarle.