No sé lo que siento, o tal vez sí, pero me faltan palabras
para poderlo definir, solo puedo decir que me duele… Me duele una vez más, ya
no sé si me duele más o menos, he perdido esa noción, ya ni siquiera tengo
lagrimas en mis mejillas, tengo una sonrisa confortadora y bella que no me
ayuda en nada, pero la prefiero a mi rostro neutro, sé el porqué, ha regresado,
regresa eventualmente, cuando oigo gritos, cuando “alguien” maldice todo esto,
me hiere, quiero volver al lugar donde empezó todo, al lugar donde todo esto no
eran restos de la “historia feliz”, al silencio, al calor, a los abrazos que ya
no tengo, a las palabras consoladoras. A donde existía la posibilidad de llorar
y no era necesario ocultar en hojas todo lo que no puedo gritar, ni llorar.
Pero entre mi insensible apariencia desde el fondo mi
espíritu puede revelarme sus secretos en las noches cuando logro dormir y sueño
“sueños”.
Parada en el pequeño borde de la ventana del último piso de
un gran edificio, me recuesto de golpe, lloro como una pequeña niña, por fin
grito tan fuerte como puedo mientras observo como el viento destruye parte por
parte cada cosa de lo que era, observo a la muerte que me mira acercándose en
forma de remolino gigante, antes de que pueda alcanzarme empiezo a desconocer el
“aire” que me rodea y empiezo a asfixiarme… se acerca una voz susurrando
palabras que no son solo palabras “no te odio, solo tenía rabia, perdón”
dándole la razón a tantos que han intentado consolarme excusándolo todo con
eso.
El gran edificio se hunde y yo con él, pero es más rápido que yo y mientras
solo puedo sentir el vacío se transforma la horrible ciudad y su destrucción en
un lugar verde, lleno de vida y caigo en hojas gigantes y me deslizo al suelo
acolchonado, simplemente algo maravilloso.
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